martes, 29 de noviembre de 2016

DIA 6 – JUEVES 24 – NUEVA ROMA


así sería la flora intestinal
según google.

A esta altura, decidí hacerme amigo del té. Té antes de dormir, té al levantarme. Mariela siguió con el café, pero yo me inventé que esta infusión ayudaría a mi flora intestinal a seguir digiriendo basura. Al igual que los últimos días, almordesayunamos sobras. Teníamos dos pelis aseguradas, una a las dos y otra a las nueve. En el medio, había una de la competencia oficial que tenía muchas ganas de ver, aunque no sabíamos el estado de ánimo que nos depararía la primera de las proyecciones. Esta era una peli de la que leí hace cierto tiempo algún artículo, sobre una rebelión de esclavos en el sur de Estados Unidos, y que había ganado en Sundance. Su guionista, productor, director y protagonista, tuvo el atrevimiento de titularla “El Nacimiento de una Nación”, lo que, admito, me hizo algo de gracia. Para la noche, teníamos Snowden, la nueva de Oliver Stone, sobre el ex espía héroe de los “hombres comunes” del mundo moderno. En fin, que bajando la escalera hacia la calle, sentí una pequeña molestia en la rodilla derecha. ¿Puede uno lesionarse viendo cine?

Llegamos al Aldrey con lo justo, y nos acomodamos bastante atrás. Hacia mi derecha, asiento vacío de por medio, se ubicaba un tipo medio amorfo con la mitad de su cabeza sumergida en el interior de su teléfono celular. Me dio mala espina.

El Nacimiento de una nación: un relato heroico, con todos los lugares comunes de las biopics hollywoodenses: detonantes emotivos del tipo padre asesinado y novia violada a manos del mismo villano. Un tipo de cine obscenamente explicativo, medio para pelotudos. Aún así, rescato algunas escenas brutales, como la subasta de esclavos o aquella en que una nena blanca avanza a los saltitos, jugando y llevando una soga, que termina en el cuello de otra nena, negra. La negrita medio que también juega, y todo está en cámara lenta. También rescato el discurso, entendiendo que en casi cien años de Hollywood nunca se hicieron ficciones que estén altura de aquellas realidades tan zarpadas.
Qué lindo país.
Por otro lado, no dejo de pensar que utilizar un lenguaje tan infantil e insípido para hablar de injusticias del pasado (sin anclarlas a la actualidad), creo que termina siendo en favor de la injusticia que se pretende denunciar. Pienso que, aunque la historia transcurra en un contexto de racismo y esclavitud, la gente consumirá estas imágenes impactantes y emociones prefabricadas de la misma manera que las consume viendo “El Juego del Miedo VIII” o “Chuki vs. Donald Trump”.

Dejame ver la película en paz, cerdo!
Mientras tanto, en la oscuridad de la sala, se vivió otro drama: el tipo de al lado no dejaba de gemir, o de hacer algún tipo de ruido comparable al de un animal. Graznidos o una especie de relincho suave. No sé bien qué era, pero tuve varias etapas en mi relación con sus ruidos. Primero intenté hacer oídos sordos. Cuando se hizo imposible empecé a hablarle con la mirada. Primero girando mi cabeza levemente, luego estirando mi cuello hacia su cara. Nada de eso lo detuvo. Para peor, empezó a moverse mucho. Yo miraba alrededor, buscando algún tipo de complicidad, a la vez que imaginaba de qué modo lo amenazaría. En eso el tipo empezó a roncar. Me le acerqué muchísimo, casi para darle un beso. El beso de la muerte. El tipo se despertó y se reacomodó, haciéndose el boludo. Prendió su celular, dejando oír un pitido electrónico que se llevaba muy mal con el ambiente de época de la película. Procedí a susurrar, en voz alta, un prudente “lo voy a cagar a piñas”, pero la frase pareció alimentarlo más. Los gemidos raros siguieron, cada vez más fuertes y menos espaciados entre sí. Decidí pasar a la acción: me le acerqué nuevamente y le pregunté si se sentía bien, al mismo tiempo que lo exhorté a que se educara a sí mismo, con un contundente “…ponete las pilas, estás re zarpado”. Luego de eso cundió el silencio. Durante la media hora que tardó en terminar la película, yo pensé en él, y estoy seguro que él pensó en mí. Cuando terminase la proyección, ¿Me diría algo? ¿Contestaría yo, algo que inexorablemente terminase en piñas? Finalmente, empezaron los títulos y el tipo huyó de la butaca como su tuviera muchísimas ganas de ir al baño.

Vamos a comer algo...
Dale, pagás vos?
Salimos del Aldrey con mucha hambre. Caminamos hacia la Peralta Ramos y buscamos una minuta en oferta que nos llene. Paramos en un sucucho, y sin reparar en horarios pedimos nuestro almuerzo. No faltaba tanto para que empiece la película de la competencia internacional que queríamos ver antes de Snowden. En ese momento, vi entrar al director-protagonista de la película Los Modernos. Caminé al baño y lo vi ahí sentado solo. Me presenté, lo felicité por la película y lo invité a nuestra mesa. El tipo vino y esperó con nosotros la comida que había pedido. La nuestra llegó antes, y corrimos el riesgo que el uruguayo se la morfara. Me pidió un poco de mi bife de chorizo. Luego comió todo su plato, y finalmente arrasó con las sobras de los fideos al pesto de Mariela. Pensé que se comería el plato. Tuvimos una divertida charla acerca de las películas que no nos gustaban. Contó un poco cómo hicieron la película, sin plata alguna. Eso fue de lo más interesante. Tuve la oportunidad de preguntarle algunas cositas de la realización. Luego llegaron sus compañeras, la otra directora y la productora. Ambas muy copadas. Los tres eran divertidísimos, pero la productora resultaba ser una
La bonita postal que nos dieron
especie de antítesis de los directores: ellos parecían esa gente con la capacidad de encontrarle lo malo a todo; y ella, por contrario, era de los que destacar siempre lo bueno. Cuando miré el reloj, faltaban tres minutos para que empiece la película que queríamos ver. Pensé que almorzar con estos realizadores era una muy buena manera de vivir el festival de cine. Cinco minutos después los realizadores se fueron con la excusa de acudir a una entrevista ya pautada. Me sentí un estúpido y feo don nadie. Como sea, la productora buena onda se quedó un rato y nos dio unas tarjetas muy bonitas de la película.

Luego del encuentro fortuito, subimos al departamento por un cambio de ropa, y un poco de descanso. Las crónicas se me fueron quedando atrás, entonces en ratos como ese aproveché para escribir algo de lo publicado. Ya no se bien qué escribí cuando. No creo que sea importante. Como sea, tipo 8 y pico salimos hacia el Ambassador, para ver la nueva de Oliver Stone.

Pentágono, si podés agarrame.
Agarrame ésta.
Snowden: otra vez, relato biográfico para pelotudos, con los resortes emocionales (drama amoroso con su novia en el medio) típicos y un discurso político crítico al relato oficial yanquee, pero explicado para idiotas (o sea, para Yanquees). Rescato igual, además de la postura, obviamente, esos pasajes de montaje frenético tipo documental. Stone los utiliza para poner en escena el torrente informativo y de trasmisión de datos de las telecomunicaciones, y ya sabemos que Stone es un maestro del montaje frenético cuando quiere (JFK y Natural Born Killers así lo demuestran). Es emocionante, también, la aparición del Snowden real. En este sentido, hay una gran diferencia con la película antes reseñada. Stone no toma postura respecto de un evento ocurrido hace más de cien años, sino, sobre algo que es actual y, desgraciadamente, polémico. Es decir, se pone la camiseta, cuando todos los cañones están apuntando. Cero cinismo, puro amor por lo que es justo. Lástima esa codificación para pelotudos en el mensaje, que la hace medio infumable y hasta algo irreal.
Un chiste en serio.
Algo curioso sucedió en la sala. En un momento del filme, aparece Evo Morales hablando cuando lo obligaron a aterrizar porque Estados Unidos, autoproclamada la policía del mundo, sospechó que Snowden estaba en el avión. Y mucha gente en el cine empezó a aplaudir la imagen de Evo. Qué lindo.

Al salir, pasamos nuevamente por Punto y Banca por un plato de comida. Nos fascinaron las fotos de los platos de comida que ilustran en la carta. Era nuestra última noche de festival, así que dimos una vuelta por el Punto de Encuentro. No estaban ni Naza, ni Santi B, ni el Pelado de Tel Aviv. Apareció el director de cine que merecía la golpiza, pero estaba acompañado de su gorila personal. Había mucha más gente que los otros días. Comprobamos que mucha gente llegó jueves (y llegaría el viernes) por el fin de semana largo, y aprovechando el festival.

Ya estoy extrañando los lobo
marinos de cemento.
De algún modo, el jueves resultó ser el último día festivalero. Porque el siguiente teníamos que dejar la casa en orden, alimentarnos e irnos bien descansados… aún así, quedaría lugar para una peli más, una de la competencia internacional en el auditorio. Me fui a dormir pensando en Oliver Stone, en Eric Snowden, en el programa de control dictatorial que maneja, a través de internet, esta nueva Roma terrorista que es Estados Unidos, y en esta canción que no sonó en la película.

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